Mark Carney se ha impuesto en las elecciones federales de Canadá, según la proyección del medio público CBC. Se trata de una victoria inesperada que consolida su posición como primer ministro, cargo al que accedió en marzo tras la renuncia de Justin Trudeau. A sus 60 años, el economista y exgobernador del Banco de Canadá y del Banco de Inglaterra ha conseguido atraer el voto útil en un país sacudido por las tensiones con Estados Unidos.
La campaña electoral se transformó en un referéndum sobre la figura de Donald Trump. Las amenazas del presidente estadounidense a la soberanía canadiense, sus declaraciones anexionistas y la imposición de aranceles a sectores estratégicos como el acero y el automóvil movilizaron al electorado. Este clima de tensión favoreció la narrativa nacionalista de Carney y desinfló la ventaja de hasta 27 puntos que los sondeos otorgaban al líder conservador, Pierre Poilievre, a finales del año pasado.
Carney, sin experiencia previa en elecciones, ha combinado un tono sereno con una defensa firme de la soberanía nacional. Ha prometido reducir la dependencia económica de Estados Unidos, eliminar barreras al comercio interprovincial y aumentar la inversión en vivienda, educación profesional e industria nacional. “Tenemos muchas opciones para construir prosperidad sin depender de nadie”, afirmó en su primer discurso como vencedor.
Por el contrario, Poilievre, que había recorrido el país durante tres años y gozó de una sólida presencia en redes sociales, ha visto su campaña eclipsada por la irrupción del factor Trump. Según resultados preliminares, incluso habría perdido su escaño parlamentario.
Disposición de votos
La votación ha movilizado a 29 millones de ciudadanos y deja aún en el aire si el nuevo Gobierno será mayoritario. El ascenso liberal ha provocado también un trasvase de votos desde el Nuevo Partido Demócrata, el Bloque Quebequés y los verdes hacia la candidatura de Carney, vista como la opción más eficaz para frenar una posible injerencia estadounidense.
El nuevo primer ministro afronta ahora el reto de gobernar un país polarizado y de ejecutar un ambicioso programa económico mientras refuerza las relaciones internacionales. Lo hace en un contexto donde las banderas nacionales decoran comercios y hogares, y los boicots a productos estadounidenses se multiplican como gesto de unidad frente a lo que se percibe como una amenaza exterior.