Donald Trump ha mantenido este miércoles su segunda conversación telefónica en dos semanas con el presidente ruso, Vladimir Putin, en un momento marcado por la intensificación de los ataques ucranianos contra instalaciones militares rusas y el deterioro del marco internacional sobre armamento nuclear. Durante la llamada, de una hora y cuarto, Trump reconoció que Rusia «tendrá que responder» a los últimos ataques, entre ellos el que ha destruido una parte sustancial de la flota aérea rusa, en lo que Moscú considera uno de los peores golpes desde la Segunda Guerra Mundial.
Lejos de condenar explícitamente una eventual represalia rusa, Trump expresó una aparente comprensión hacia la posición de Putin. Su mensaje en redes sociales —que posteriormente eliminó— dejó entrever que, más que contener la escalada, su prioridad pasa por reconfigurar el tablero diplomático: Washington estaría valorando incluir a Moscú en las negociaciones nucleares con Irán, hasta ahora lideradas por EE. UU. en solitario.
En paralelo, el diplomático ruso Yuri Ushakov ha confirmado que el enviado especial de EE. UU., Steve Witkoff, se encuentra ya en Moscú para abordar no solo el conflicto ucraniano, sino también el estado de las relaciones bilaterales y la posible implicación del Kremlin en el proceso sobre Irán. Esta oferta de participación llega en un momento en que Rusia busca romper su aislamiento internacional y recuperar protagonismo en escenarios estratégicos globales.
Gesto hacia Putin
La actitud del mandatario estadounidense se interpreta por analistas como un nuevo gesto de deferencia hacia Putin. Trump ha evitado responsabilizarlo por los ataques indiscriminados sobre Ucrania y no ha reiterado las críticas que lanzó a finales de mayo, cuando llegó a calificar al líder ruso de “loco”. Desde entonces, ha suavizado su discurso, obviando referencias a la violencia contra civiles y centrando su narrativa en la “inevitabilidad” de la respuesta rusa y en la necesidad de abordar otros desafíos globales con Moscú como actor implicado.
Esta evolución ha suscitado inquietud entre aliados europeos y en sectores del Congreso estadounidense. Mientras tanto, el presidente de Finlandia, en contacto con Trump y con el mandatario ucraniano Volodímir Zelenski, ha instado a endurecer las sanciones contra Moscú, apelando al liderazgo compartido entre Washington y Bruselas. La reacción del presidente estadounidense, sin embargo, ha sido limitada y se ha centrado en reiterar que no había sido informado previamente por Kiev de los ataques aéreos.
Aunque Trump insiste en que desea poner fin a la guerra «en un día», su política exterior hacia Rusia sigue marcada por una ambigüedad calculada que normaliza la idea de que Moscú mantenga su influencia sobre el espacio postsoviético. En este contexto, la implicación rusa en las negociaciones con Irán podría interpretarse no solo como un intento de sumar a un actor clave en la región, sino también como una vía indirecta de rehabilitación diplomática para el Kremlin.