La cita entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente de Rusia, Vladímir Putin, prevista en Alaska, reconfigura el tablero diplomático del conflicto en Ucrania. Washington enmarca el encuentro como un intento de avanzar hacia un alto el fuego, mientras subraya que cualquier fórmula de paz debe incluir a Kiev en cuestiones sustantivas, desde eventuales cesiones territoriales hasta garantías de seguridad. Trump ha advertido de “consecuencias severas” si Moscú rechaza detener la guerra, y aliados europeos insisten en que Ucrania no puede quedar al margen de decisiones sobre su integridad territorial.
El Kremlin acude con objetivos claros: consolidar sus ganancias militares y amarrar compromisos que limiten el horizonte estratégico de Kiev, como vetos a la ampliación de la OTAN o fórmulas de desmilitarización. Informes recientes recuerdan que Rusia controla alrededor de una quinta parte del territorio ucraniano y aspira a afianzar el control de las regiones del este y sur. Esa asimetría en el terreno condiciona cualquier negociación y eleva el coste político de un acuerdo para todas las partes.
Margen de maniobra
Para Estados Unidos y Europa, el margen de maniobra pasa por tres vectores. Primero, un alto el fuego verificable que no legitime anexiones ni cree incentivos para rearmarse y reanudar hostilidades tras una pausa táctica. Segundo, una arquitectura de garantías que combine asistencia militar sostenida a Ucrania con disuasión creíble frente a nuevas ofensivas, y que explore mecanismos de verificación bajo paraguas OSCE o de la ONU. Tercero, un paquete de medidas económicas calibradas: alivio limitado y reversible de sanciones a cambio de hitos verificables, con cláusulas de snap-back si se incumplen compromisos.
Kiev mantiene una posición firme: no acepta concesiones territoriales ni acuerdos que congelen líneas de frente en beneficio del ocupante. La exclusión de Volodímir Zelenski de la mesa alimenta el riesgo de un arreglo frágil y de corto recorrido. Varios aliados han recordado que la sostenibilidad política de cualquier pacto exige el concurso del Gobierno ucraniano y el respeto a su soberanía.
La exclusión de Volodímir Zelenski de la mesa alimenta el riesgo de un arreglo frágil y de corto recorrido.
La reunión también probará la cohesión aliada. La OTAN busca que el encuentro “ponga a prueba” la disposición real de Moscú a un cese de hostilidades y que no fracture el consenso transatlántico. Una salida mal calibrada podría abrir brechas entre Washington y las capitales europeas sobre el ritmo de apoyo a Kiev, el rediseño de sanciones y la relación con actores energéticos y del llamado “Sur Global”. Por el contrario, un marco que preserve principios —soberanía, integridad territorial y disuasión— y que trace una hoja de ruta verificable podría estabilizar el frente, reducir riesgos de escalada y facilitar intercambios humanitarios y de prisioneros.
Las posibilidades que este evento puede producir son diversas. Por un lado, una tregua condicionada y reversible, por otro, un punto muerto con aumento de presión económica y militar. Finalmente, una negociación más amplia que encadene seguridad europea, control de armamentos y garantías para Ucrania. La diferencia entre un paréntesis táctico y un proceso de paz exigirá verificación, inclusión de Kiev y mecanismos de cumplimiento que desincentiven la violación de compromisos