El optimismo inicial tras el anuncio del alto el fuego en Gaza se ha ido disolviendo con rapidez, a medida que la primera fase del acuerdo de paz enfrenta obstáculos significativos. La devolución parcial de los cadáveres de rehenes israelíes por parte de Hamás y la respuesta punitiva del Gobierno de Benjamín Netanyahu, que ha restringido el acceso a ayuda humanitaria y mantenido bloqueada la apertura del paso de Rafah, simbolizan las dificultades para avanzar hacia una solución duradera. La percepción en Israel es que Hamás retrasa deliberadamente la entrega de cuerpos, mientras el movimiento islamista reclama mayor implicación de los mediadores regionales —Egipto, Catar y Turquía— para garantizar la implementación del acuerdo, que contemplaba, entre otros puntos, la liberación de rehenes vivos y la reconstrucción urgente de infraestructuras y servicios básicos.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos, proclamó a inicios de semana el inicio de una “segunda fase” en su plan para Gaza, aunque sin detalles operativos claros. Este estadio debería abordar retos estructurales como el desarme de Hamás y la formación de un nuevo gobierno para la Franja, pero, en la práctica, ambas partes mantienen posiciones divergentes y el diálogo ha quedado ralentizado. Fuentes de los equipos mediadores admiten que la negociación sobre estos puntos se mantiene en un plano más simbólico que efectivo.
Persistencia de los ataques
Mientras tanto, la situación sobre el terreno refleja una realidad frágil y volátil. A pesar del alto el fuego, Israel ha reanudado bombardeos puntuales sobre posiciones identificadas como infraestructuras de Hamás, subrayando la fragilidad de la tregua. Los enfrentamientos y la presencia militar israelí en áreas estratégicas de Gaza han causado víctimas mortales entre palestinos que, sin advertir las nuevas líneas de seguridad, han tratado de regresar a sus hogares.
La fragmentación del control interno en Gaza es palpable. Hamás ha tratado de imponer orden frente a los clanes y bandas criminales que colaboraron durante la guerra, y continúa mostrando resistencia ante cualquier escenario de desarme total, mientras sectores de la sociedad gazatí y actores internacionales apuestan por una administración tecnocrática transitoria. El acuerdo, supervisado por la Administración Trump junto a otros mediadores internacionales, prevé la creación de una “Fuerza de Estabilización Internacional” e involucra actores árabes y occidentales, aunque su despliegue real depende tanto de la voluntad de las partes sobre el terreno como del compromiso sostenido de Washington.
En Israel, el desgaste de la tregua y la lentitud en la devolución de los cadáveres ha avivado el debate interno sobre la utilidad de mantener el alto el fuego. Ministros del gabinete de Netanyahu han planteado públicamente la posibilidad de reanudar una ofensiva militar a gran escala si Hamás no cumple con los compromisos asumidos. Encuestas recientes muestran una opinión pública dividida: mientras una parte significativa de la sociedad apoya la reanudación de las hostilidades para eliminar al movimiento islamista, otros defienden recurrir a la diplomacia y mantener los canales abiertos con los mediadores internacionales.
Segunda fase, en el aire
La segunda fase del acuerdo sigue sin hoja de ruta precisa y dependerá, en gran medida, de la capacidad de liderazgo de Trump y del papel articulador de Estados Unidos para gestionar tanto las aspiraciones israelíes como las condiciones impuestas por Hamás y sus interlocutores. El escenario en Gaza, por el momento, se dibuja como un equilibrio precario, frágil ante cualquier espoleta que pueda romper la ya débil arquitectura del alto el fuego.