La decisión del presidente Donald Trump de ordenar el bombardeo de tres instalaciones nucleares clave en Irán —Fordow, Natanz e Isfahán— marca un importante giro en la política exterior de Estados Unidos que estaba realizando hasta ahora y abre una nueva etapa de incertidumbre geopolítica en Oriente Próximo. La operación, ejecutada la noche del sábado (madrugada del domingo en Teherán), se presentó como una respuesta directa al programa nuclear iraní y como un respaldo implícito a la ofensiva iniciada por Israel el pasado 13 de junio.
El ataque fue anunciado por el propio Trump en su red Truth Social y confirmado en un discurso televisado de apenas cuatro minutos desde la Casa Blanca. El mandatario calificó la operación como un “espectacular éxito militar”, asegurando que las instalaciones se destruyeron completamente. Según su relato, se emplearon bombas antibúnker para inutilizar la infraestructura de enriquecimiento de uranio, especialmente en Fordow.
División en el Partido Republicano
Aunque la intervención se recibió con entusiasmo en el ala neoconservadora del Partido Republicano, ha generado divisiones tanto en el Congreso como dentro del movimiento MAGA (Make America Great Again), que tradicionalmente rechaza las aventuras militares exteriores. Figuras como el congresista Thomas Massie o el locutor Tucker Carlson han cuestionado la legalidad de la operación y su coherencia con las promesas de campaña del presidente. No hubo consulta previa al Congreso, lo que ha alimentado el debate sobre el equilibrio de poderes y la constitucionalidad de la acción.
El bombardeo parece haber recibido influencia, al menos en parte, por la presión del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien elogió públicamente la decisión. La operación encaja en una narrativa más amplia que gana tracción en Washington: la posibilidad de un cambio de régimen en Teherán, debilitado por la guerra prolongada en Gaza y la pérdida de influencia regional.
Trump, acompañado por el vicepresidente J. D. Vance y los secretarios Pere Hegseth (Defensa) y Marco Rubio (Estado), defendió que esta acción militar no marca el inicio de una guerra, sino su conclusión, siempre que Irán renuncie a su programa nuclear. El mensaje, sin embargo, dejó abiertas numerosas incógnitas. En las próximas horas, Teherán podría optar entre una represalia que escale el conflicto o una apertura a la negociación, en un escenario que mantiene al mundo en vilo.
Esta intervención no solo refleja un cambio en la estrategia estadounidense hacia Irán, sino también una redefinición del papel que Estados Unidos quiere jugar en el equilibrio de poder de la región. A medida que se perfila el calendario electoral en Estados Unidos, este episodio podría tener consecuencias tanto internas como internacionales de largo alcance.