El presidente Emmanuel Macron, junto con el primer ministro Sébastien Lecornu, ha dado un giro estratégico en el corazón del poder francés al conformar un Gobierno de perfil técnico con la ambición de devolver estabilidad al país en un contexto especialmente delicado. Tras una serie de ejecutivos breves y marcados por tensiones internas, Macron optó por otorgar carta blanca a Lecornu para estructurar un gabinete conformado enseguida de funcionarios experimentados, perfiles tecnócratas y representantes de la sociedad civil, dejando de lado los intereses de partido en favor de una gestión pragmática y de bajo perfil.
Lecornu, hábil negociador y conocedor de la maquinaria del Estado, evitó la inclusión de potenciales rivales presidenciales, apostó por expertos en sus respectivos ámbitos y exigió a sus ministros sobriedad, evitando protagonismos personales y destacando la eficiencia frente a la exposición mediática. Entre los nombramientos principales destacan figuras como Monique Barbut en Transición Ecológica, Jean-Pièrre Farandou en Transportes o Laurent Núñez en Interior, perfiles con amplio recorrido administrativo y solvencia técnica.
Aunque la presencia de figuras provenientes de partidos tradicionales se mantiene, como la ministra de Trabajo, Catherine Vautrin (ahora al frente de las Fuerzas Armadas) o la continuidad de Gérald Darmanin en Justicia y Jean-Noël Barrot en Exteriores, Lecornu ha priorizado perfiles sin vinculación clara con las batallas partidistas que históricamente han dificultado la cohesión gubernamental reciente. No obstante, la integración de miembros afiliados a Los Republicanos ha generado nuevas fisuras internas en el partido, que ha decidido expulsar a algunos de sus dirigentes incorporados al Ejecutivo.
Presupuestos, en el horizonte
Uno de los objetivos inmediatos de Lecornu es lograr la aprobación de los presupuestos ante una Asamblea Nacional fragmentada y reticente, una misión que marcará el destino no solo de su gabinete sino del propio ciclo presidencial de Macron. El contexto internacional, altamente volátil y con una Francia necesitada de fiabilidad frente a mercados y socios internacionales, ha sumado urgencia a la formación de un nuevo Ejecutivo capaz de proyectar estabilidad.
El “Lecornu bis”, como se ha bautizado esta reedición del Gobierno, enfrenta reticencias incluso dentro del campo oficialista, así como interrogantes sobre su capacidad real de autonomía respecto al presidente. Sin embargo, el perfil técnico y negociador del primer ministro abre una oportunidad para encauzar el final de legislatura bajo un modelo de gestión centrado en los resultados y la calma institucional, en contraste con el ciclo de crisis políticas que ha marcado el último año.