La dimisión de Sébastien Lecornu como primer ministro de Francia profundiza la crisis de gobernabilidad en la segunda economía de la eurozona. Apenas veintisiete días después de su toma de posesión, Lecornu presentó su renuncia a Emmanuel Macron tras la fuerte resistencia política tanto de la oposición como de potenciales aliados. La raíz del problema radica en la composición de su gabinete, percibido como una continuación del aparato macronista y rechazado abiertamente por los principales partidos, incluidos Los Republicanos y la izquierda socialista. En un contexto de fragmentación parlamentaria inédita, Lecornu deja el cargo sin llegar a completar la formación de un Ejecutivo que aspiraba a marcar un punto de inflexión en el actual ciclo político.
Reacción táctica de Macron
La reacción de Emmanuel Macron ante este inesperado episodio evidencia el grado de incertidumbre que atraviesa la Quinta República. El presidente ha optado por dar a Lecornu y a los partidos dos días para negociar una plataforma mínima de estabilidad. El objetivo es evitar la disolución anticipada de la Asamblea Nacional y nuevas elecciones legislativas que podrían abrir la puerta al avance de la ultraderecha, actualmente favorita en los sondeos. Las señales procedentes de la oposición, sin embargo, muestran poco margen para la reconstrucción de mayorías viables: mientras algunos líderes, como Jean-Luc Mélenchon desde la izquierda o Marine Le Pen desde la extrema derecha, piden la dimisión presidencial, la presión de los mercados incrementa la urgencia de hallar soluciones.
Crisis política
El trasfondo económico agrava la situación institucional. La Bolsa de París ha reaccionado con caídas, y la prima de riesgo francesa ha tocado máximos anuales. Los inversores manifiestan así su preocupación ante una parálisis cuya resolución no está asegurada ni con elecciones inmediatas ni con acuerdos in extremis. Desde el Palacio del Elíseo, Macron se enfrenta ahora a una encrucijada: recomponer alianzas en un entorno político totalmente fragmentado o asumir el riesgo de un adelanto electoral tan incierto como potencialmente disruptivo.
En el discurso de su dimisión, Lecornu subrayó que Francia no debe caer en la inestabilidad endémica de la IV República y apeló a la responsabilidad y humildad de los líderes políticos para anteponer los intereses nacionales sobre los objetivos partidistas. El desafío de fondo es evitar que la crisis institucional se traduzca en una pérdida de confianza en el sistema, a pocos años de las próximas presidenciales y en medio del ascenso de fuerzas que desafían la arquitectura política tradicional francesa.