La localidad murciana de Torre Pacheco ha vivido días de alta tensión social tras la agresión sufrida por un vecino de 70 años, atacado mientras paseaba por un grupo de jóvenes, presuntamente extranjeros, que buscaban grabar un reto viral para redes sociales. El hecho, ocurrido el pasado miércoles, desató una cascada de disturbios y agresiones racistas que han puesto a prueba tanto la cohesión social como la capacidad de respuesta institucional.
El primer efecto visible fue una concentración ciudadana frente al Ayuntamiento, inicialmente pacífica. Sin embargo, el ambiente derivó rápidamente en enfrentamientos físicos entre residentes y jóvenes de origen magrebí, impulsados en parte por mensajes incendiarios difundidos desde redes como Telegram y X. Grupos de extrema derecha, como Deport Them Now, llamaron abiertamente a la violencia, mientras otras figuras, como el fundador de Desokupa, anunciaron la movilización de simpatizantes para “poner orden”.
Las autoridades desplegaron hasta 75 agentes de refuerzo en la zona y se han producido ya ocho detenciones, entre ellas cinco españoles y tres marroquíes. El propio ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha confirmado que, además de los arrestados por los disturbios, ya se ha identificado a un tercer sospechoso vinculado a la agresión inicial.
A nivel político, la crisis ha alimentado un nuevo enfrentamiento entre partidos. El PSOE y Podemos han señalado directamente a Vox por su retórica, acusándoles de avivar el odio y de alentar una narrativa que estigmatiza a comunidades enteras. Desde Vox, su líder Santiago Abascal ha redoblado su discurso en favor de las deportaciones, incluso de migrantes en situación legal si son “delincuentes”, una posición que aviva la tensión.
Convivencia y racismo
Más allá del enfrentamiento político y del impacto mediático, lo sucedido revela una fractura que va más allá de Torre Pacheco: la creciente dificultad de algunas localidades para gestionar fenómenos de convivencia en contextos de elevada presión migratoria, escasez de recursos institucionales y discursos extremistas amplificados por redes sociales. Mientras se mantiene el despliegue policial, los residentes—tanto autóctonos como migrantes—afirman convivir con miedo, esperando que el conflicto no se reavive con la caída del sol.
Tanto el Gobierno como los actores locales coinciden en que será necesario reforzar el tejido institucional, educativo y comunitario para evitar que episodios puntuales como el ocurrido se conviertan en catalizadores de estallidos sociales más amplios. El riesgo, como demuestra Torre Pacheco, no reside únicamente en la violencia del momento, sino en la erosión lenta pero constante de los mecanismos de convivencia.