La decisión de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) de mantener la participación de Israel en Eurovisión 2026 ha provocado que varias delegaciones europeas reformulen su relación con el certamen. La medida, aprobada en la 95ª Asamblea General celebrada en Ginebra, ha llevado a que responsables políticos y directivos de RTVE, así como sus homólogos en Países Bajos, Eslovenia e Irlanda, anuncien su renuncia a participar en la próxima edición. Con este gesto, los dirigentes de estas corporaciones fortalecen una postura que busca preservar la neutralidad cultural del evento y evitar que la competición quede atrapada en dinámicas de presión política a largo plazo.
José Pablo López, presidente de RTVE, ya había advertido que las modificaciones propuestas por la UER no satisfacían las preocupaciones españolas sobre el uso político del festival. La dirección de la cadena pública ha reiterado que la situación en Gaza y el empleo del certamen como plataforma de posicionamiento estratégico por parte del Gobierno israelí debilitan la posibilidad de sostener Eurovisión como un espacio estrictamente artístico. Alfonso Morales, secretario general del ente público, defendió que esta renuncia pretende reforzar la coherencia institucional de RTVE y su compromiso con un marco cultural menos expuesto a tensiones geopolíticas.
Votación
La votación, respaldada por 738 delegados frente a 264 y 120 abstenciones, introduce un nuevo paquete de normas destinado a limitar campañas organizadas, reducir el peso de estrategias de movilización masiva y recuperar el voto profesional en las semifinales. Aun así, la reunión dejó a la vista una fractura profunda sobre cómo conciliar la dimensión cultural del evento con un contexto internacional cada vez más polarizado.
Christian Stocker, canciller austríaco, sostuvo durante meses que Viena no debía albergar Eurovisión si se expulsaba a Israel, lo que evidencia la amplitud del desacuerdo entre Estados y radiodifusoras. Directivos de Francia, Dinamarca o Serbia ya habían confirmado su continuidad, mientras otros representantes, como los de Islandia o Noruega, mantienen la incertidumbre abierta. Entre tanto, la UER explora ampliaciones que incluyan el posible regreso de Bulgaria, Moldavia o Rumanía e incluso analiza la entrada de Kazajistán como nuevo participante.
El impacto económico tampoco pasa desapercibido. Ejecutivos de la UER reconocen que la retirada de varios países podría reducir los ingresos por emisión y mermar el atractivo comercial de una final que reunió a 166 millones de espectadores en 2025. La organización valora alternativas para asegurar la difusión en mercados donde las televisiones públicas renuncian a emitir el certamen.
La tensión interna en Eurovisión confirma que el debate sobre su futuro excede el ámbito musical. Las decisiones de los responsables políticos y mediáticos europeos apuntan a un replanteamiento más amplio sobre cómo preservar la credibilidad de los espacios culturales en escenarios de creciente confrontación internacional.






