Cataluña y el Gobierno central han iniciado un proceso de negociación que trasciende el debate fiscal para adentrarse en el terreno más profundo de la arquitectura institucional del Estado. El objetivo: alcanzar un modelo de financiación singular que permita a la Generalitat recaudar la totalidad de los impuestos y transferir posteriormente una parte pactada al Estado.
Aunque el encuentro inicial se ha celebrado sin la presencia del presidente Pedro Sánchez ni del líder del PSC, Salvador Illa, el marco negociador se proyecta como un punto de inflexión en la evolución del modelo autonómico. La eventual aprobación del nuevo sistema requerirá una doble validación: primero en el Consejo de Política Fiscal y Financiera, donde bastarían 20 votos (los 19 del Gobierno central y uno de Cataluña), y después en el Congreso, donde la reforma de la ley de financiación autonómica exige mayoría absoluta.
Este segundo paso introduce variables políticas de mayor complejidad. El Gobierno necesita el apoyo de toda su mayoría parlamentaria, que incluye a formaciones de base territorial como Junts, ERC, Bildu o el PNV, así como a los diputados de Sumar, cuyas posiciones internas podrían diferir ante un posible trato específico a Cataluña.
Más allá de las cifras
El alcance de la negociación va más allá de las cifras: también se discute el papel futuro de la Agencia Tributaria, posibles traspasos de competencias, la distribución de recursos o incluso los principios que sustentan la solidaridad interterritorial. En este sentido, el proceso abre la puerta a una revisión del encaje territorial de Cataluña en el conjunto del Estado, en un contexto donde conviven la necesidad de gobernabilidad, la presión independentista y la defensa de la cohesión nacional.
La implantación del nuevo modelo, si finalmente se acuerda y aprueba, no será inmediata. Exigirá una reestructuración técnica y jurídica que se extenderá en el tiempo y que podría verse condicionada por los calendarios electorales o por un eventual cambio de mayorías.
En última instancia, lo que está en juego no es solo una reforma fiscal, sino la posibilidad de un rediseño parcial del Estado autonómico. Cataluña aspira a consolidar una posición diferenciada. El Gobierno, por su parte, debe gestionar este camino sin fracturar el equilibrio territorial. Sea cual sea el desenlace, el rumbo del modelo de Estado está en revisión.